miércoles, 25 de abril de 2012

En sus zapatos

Pantano desierto by Patry Morales
Pantano desierto, a photo by Patry Morales on Flickr.

La tormenta las unió en el mismo rincón. Una llegó sigilosa y sin rastro como de costumbre, se sentía segura la cueva era su guarida. La otra fue dejando las huellas en el sendero, hundiendo los pies en la tierra mojada. La oscuridad no permitió que la huésped conociera a la anfitriona que miraba atenta y minuciosamente cada uno de los movimientos. Tranquila observó la fragilidad del cuerpo, la tensión de los músculos y admiró el ángulo de cada una de las articulaciones. Su enemiga por siglos la tentaba, la seducía. Su pensamiento la sorprendió, la invadió por completo. Deseó con la fuerza de cada una de sus células ser la otra. Sus antepasados se erguirían en sus nidos indignados. Pertenecer al género humano era denigrante y vil en su historia.
Un relámpago iluminó la caverna. Las miradas se cruzaron. El asombró paralizó a la recién llegada. Un segundo sin tiempo, sólo el deseo palpitó en ese instante. La mordedura fue certera. Sintieron como el frío les traspasaba el cuerpo, luego el calor la sofocó hasta el desmayo. El destino dibujó un nuevo camino.
Cuando despertó se sentía ahogada, se arrastró raspando cada centímetro de su debilitada piel. Estiró sus músculos y pudo hundir en la tierra sus dedos. El piso de su hogar masajeaba el torpe cuerpo. Se movió hacia un lado y el otro, acarició su rostro y hundió las manos en el barro de la entrada. Tomó los zapatos y gateó hasta afuera, esperó debajo de la lluvia que la tormenta cesara.
Una vez recuperada se puso de pie, miró cada sitio a su alrededor y siguió huellas, sintiendo la naturaleza en la piel.
Embarrada y desaliñada llegó hasta la casa. Se sentía embriagada y poderosa.
Comenzó una vida nueva. Recorrió el mundo con su andar sigiloso y sensual. Sus pasos eran únicos. El eco de su taconeo subyugaba el oído masculino. Marcó un antes y un después de su existir en cada vida que conoció.
Una noche de tormenta volvió a la cueva. Una nueva anfitriona la esperaba. Se descalzó y se acercó hundiendo sus pies en el barro. Estaba tranquila, en casa. Un relámpago iluminó el lugar. La mirada de ambas destelló. La serpiente sintió un alivio.
Después del temporal encontraron un cuerpo frío con vida sin ayer y sin futuro.

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