domingo, 19 de febrero de 2012

Crucero

Preparé la valija, después del año que había vivido, estaba lista para salir, hay cosas que uno decide dejar atrás, y otras pasan y te dejan atrás. En una hora el taxi vendría a buscarme, en 12 horas estaría en el crucero. Este sería un fin de año distinto así que frase hecha, frase trillada: año nueva, vida nueva. Primer paso: 31 de diciembre de una manera diferente, en alta mar, treinta y pico de fiestas en tierra, está vez, no.
Todo preparado y en la espera de los últimos minutos en casa decidí hacer una lista de lo que deseo para el año venidero, como si la vida se dividiera en cuotas de plazo fijo anuales. Hay veces que el capital queda intacto, otras los réditos se escasos pero hay y a veces nos quedamos sin fondos, la realidad tiene tiempos que a veces no son medibles, pero insistimos en cotizarlos con nomenclaturas universales. Ponerse metas está bien, pero en el momento que uno quiere, no tienen fecha de vencimiento ni deben renovarse con el calendario, así que con el apoyo de la decisión de aire nuevo y las ganas de ver un nuevo horizonte, comencé la lista, esta vez el crucero no estaría incluido.
Conocer una ciudad
Aprender a esquiar
Hacer una fiesta de disfraces
Escribir un policial
Y
Y
Y
Terminé la hoja. Minutos después decidí escribir en una nueva los momentos malos para tirarlos. Con lapicera en mano cambié de opinión, los dejaría lejos de mí después, desde la cubierta del barco. Empecé a anotarlos y los ahogaría en el mar.
Sonó el timbre, era el taxi. Colgué la lista en la heladera, sostenida por dos imanes con forma de mariposa. Los otros papeles los puse en la valija.
Partí como estaba planeado. Atracamos dos veces antes de la tarde del 31. Al volver a casa, debería cambiar de la lista, “conocer una ciudad nueva” por “conocer otro país”.
La última tarde del año, me paré y leí con mucha atención lo que quería erradicar, los rompí y los lancé. Dieron una vueltas por el aire, algunos flotaron un poco y otros se hundieron con facilidad. En un rato, que no supe cuánto fue, las olas se unían y separaban en ese ir y venir envolvente, parecía que nunca habían pasado por ella mis anotaciones. Los golpes contra la embarcación repicaban en salpicaduras imperceptibles que no se oían en esa inmensidad azul.
A las doce brindamos. Fuegos artificiales. Un año nuevo, comenzado en altamar. Fiesta de gala, mucha gente y a la vez yo, solo yo junto a mí. Risas, danza en ese movimiento envolvente de ir y venir, incesante del barco, del mar.
La mañana del primer día del año. El barco se convirtió en una escena del crimen. En la cubierta del barco, el cuerpo de uno de los tripulantes. No podíamos bajar, éramos todos sospechosos del crimen de un desconocido. En la espera, en donde algunos se angustiaron, otros se asustaron y hubo quienes se desesperaron, yo empecé a escribir una crónica de los hechos, describí actitudes dignas de una escena de cine y mi versión de los acontecimientos, mi visión de todos los anónimos que me rodeaban y eran parte del capítulo que me tocaba vivir.