miércoles, 25 de enero de 2012

Las armas las carga el diablo

Escopeta by Aragorn_miki
Escopeta, a photo by Aragorn_miki on Flickr.

Con mucho esfuerzo lograron correr el mueble de la sala. Con el último empujón se abrió la puerta inferior y se deslizó la escopeta del padre.
- ¡Ni se les ocurra tocarla!- gritó la madre extenuada asustando los niños.
- Es la escopeta de papá- dijo Lucio y se acercó a levantarla.
- No la toques- sentenció la voz materna.
Los pequeños se miraron y no dijeron palabra. Desde que recordaban la escopeta estaba en la casa. Siempre había sido motivo de discusión. Vivían en el medio del monte, el padre aseguraba que los alrededores estaban minados de peligros. Habían oído cientos de veces de boca de su madre: el dicho “A las armas las carga el diablo”.
Al atardecer llegó el padre. Lucio y Diana escucharon las mismos discusiones que podían repetir de memoria. El aullido de un lobo en la lejanía de la noche cerró la conversación. La escopeta volvió a su lugar. La madre se santiguó y en una silenciosa oración pidió perdón por su decisión.
La pólvora y la seguridad convivían en una extraña tranquilidad. Ya había pasado el otoño, las peleas y las protestas de la mujer se habían ido con las hojas de los árboles.
El domingo por la mañana, padre e hijo partían hacia un día de pesca. La insistencia de Diana tuvo sus frutos, había prometido portarse bien y logró unirse al dúo. Las tres figuras se perdieron por el sendero.
Los rayos de la tarde iluminaban la mesa donde la madre amasaba. El balido del rebaño era ensordecer. La mano enharinada corrió la cortina. Imperturbable, altivo, el lobo miraba una a una las ovejas. El manto de lana se amotinaba contra la muerte en el fondo del corral, el gemido de los corderos imploraba piedad. El rojizo pelaje crecía con cada paso, el cazador elegía su presa.
Despacio sacó del mueble la escopeta, salió de la casa. El lamento de los animales ocultó sus pasos. Decidida, apuntó y disparó. Fueron segundos que parecieron una eternidad.
El depredador sintió su presencia Un insípido CLIC selló el destino de la precavida mujer que se desesperó, y solo pudo maldecirse por haber descargado el arma.